Cuando pensamos en el Renacimiento la primera idea que nos viene a la cabeza está relacionada con el florecimiento del arte y el pensamiento tras los siglos de oscurantismo medieval. Pero el Renacimieno también fue una época en la que florecieron misteriosas sociedades secretas de las que muy poco o nada se sabe en la actualidad.
Si algo caracteriza al periodo renacentista es su espíritu de recuperación del legado de la Antiguedad clásica tras la larga noche que supuso la Edad Media.
Es por ello que a un espectador superficial le puede sorprender que ésta fuera precisamente una de las épocas históricas en la que las sociedades secretas florecieron con mayor ímpetu y profusión. Pero si se mira desde la perspectiva adecuada, el surgimiento y la evolución de este tipo de sociedades son consecuencia lógica del ambiente intelectual de la época, un ambiente de cambio y ruptura, de desafío a los dogmas y de vuelta a cánones más armónicos provenientes del mundo clásico.
Las sociedades secretas surgidas en el Renacimiento recogieron ese espíritu.
La incondicional admiración de los intelectuales renacentistas por la Antiguedad clásica no podía pasar por alto la existencia en Grecia y Roma de importantes religiones mistéricas, como la Cibeles, Mitra u Orfeo. Estos cultos funcionaban de facto como clanes sumamentes herméticos, como sociedades secretas, con sus ritos, iniciaciones y signos de reconocimiento. Todo ello se hallaba envuelto en el mayor de los misterios, tanto que los estudiosos saben realmente muy poco de lo que ocurria en el seno de esos grupos, de cómo estaban organizados o de en qué consistían sus celebraciones.
Las sociedades secretas renacentistas estaban marcadas por el afán de recuperar lo iniciático, reclamando en muchos casos orígenes que entroncaban directamente con los cultos mistéricos de la Antiguedad.
FIELES DE AMOR
La tendencia comenzó en los años en que lo que acabaría siendo el Renacimiento ni siquiera era un movimiento artístico. Buena parte de los poetas más importantes de la transición al Renacimiento, entre los que ocupa un lugar muy destacado fué Dante Alighieri, pertenecían a una enigmática sociedad secreta denominada Fedeli d´Amore (Fieles de Amor). Sus integrantes poseían un lenguaje propio o una jerga secreta solamente inteligible para los adeptos que tenían la clave, lo que se les distinguían de los que ellos denominadas gente grossa (profanos). Dos miembros de la sociedas podían comunicarse perfectamente en público sin que nadie a su alrededor fuera capaz de descifrar una sola frase de la conversación. Así, algunos poemas de estos autores, ininteligible si se pretende entenderlos de forma literal, devienen en meridionalmente claros si se interpretan a través de dicha clave. En sus obras, los poetas de esta sociedad cantaban a diferentes damas que no eran mujeres reales, sino una misma dama simbólica, imágen de la sabiduría divina.
Los Fedeli d´Amore tenían una jerarquía de siete grados, en correspondiencia con los siete cielos planetarios simbólicos y con las siete artes liberales tradicionales. El ascenso por los diferentes grados, marcado cada uno de ellos por una ceremonia de iniciación, era denominado "Escala del Amor". A través de tal escala el adepto accedía a la sabiduría divina, alcanzando un estado de iluminación espiritual similar al que describen los místicos.
Quienes han analizado las creencias y los ritos de los "Fieles de Amor" ven clara la influencia en ellos de la herejía cátara y señalan que el carácter secreto de esta sociedad se debe fundamentalmente al interés de sus miembros por mantenerse alejados del escrutinio de la Iglesia, que a buen seguro no habría visto con buenos ojos el resurgimiento de las doctrinas de aquellos contra los que un día declaró una cruzada que terminó con miles de víctimas inocentes acusadas de herejía. Los cátaros ejercieron una gran influencia en la sociedad secreta, pero en absoluto fué la única. La última gran influencia de los Fedeli d´Amore fue la de la tradición hermético-alquimista, cuya esencia impregnó las obras de todos los poetas del grupo y, de manera muy especial, de Dante.
Pero, aparte del crecimiento espiritual, ¿cuál era el fin último de esta sociedad secreta?¿Había alguna meta material o política? Parece ser que los miembros de la sociedad secreta estaban interesados en la renovación espiritual de la cristiandad mediante una acción coordinada que tendiese a combatir la corrupción de la Iglesia y, que en consecuencia, a restituir al cristianismo su primitiva pureza. Resumiendo mucho la cuestión, los Fieles de Amor fueron en tiempos de Dante algo muy similar a lo que más tarde serían los "Rosacruces". Hay quien ha considerado la posibilidad de que éstos tuvieran realmente su orígen en la hermandad de los poetas.
La Rosa y La Cruz
Y es que no parece casual el hecho de que, justo cuando comenzaban a apagarse los últimos ecos de los versos de los Fieles de Amor, hiciera su aparición a la que sería la sociedad secreta más importante del Renacimiento y una de las más influyentes de Occidente. En 1614, en la localidad francesa de Cassel, se publicó un misterioso voumen que llevaba por título Fama Fraternitatis, al que siguieron en los años siguientes dos libros que completaron una trilogía: Confessio Fraternitatis y Las bodas químicas de Christian Rosenkreutz. Estos textos cuentan la historia de un tal Christian Rosenkreutz que en 1393, siendo muy joven, realizó un extenso viaje por el mundo musulmán, donde estudió con los más grandes maestros espirituales y bebió de las más diversas disciplinas académicas. A su regreso a Alemania fundó la Orden Rosacruz, un pequeño grupo de iniciados.
Curiosamente la propia existencia de Christian Rosenkreutz divide a los rosacruces. Algunos la aceptan, otros la consideran una parábola y otros ven su nombre como seudónimo de un personaje real. Sea como fuere, el impacto de las obras de Rosenkreutz fue de tal calibre que interesó a la flor y nata del pensamiento europeo de la época. Muchos han sido los que han intentado en vano entrar a formar parte de las filas rosacruces sin siquiera haber dado con los integrantes verdaderos de la sociedad. Sin embargo, los ideales que éstos promovieron arraigaron con fuerza en el mundo renacentista, ayudando al florecimiento de la filosofía, la ciencia y la libertad de conciencia.
La Academia De Los Linces
Cuando hablamos de sociedades secretas en el Renacimiento nos encontramos con que algunos mitos no lo son tanto. En su popular novela Ángeles y demonios, Dan Brown afirma que los míticos illuminatis (mencionados en muchas ocasiones en nuestro grupo), tuvieron su orígen en la Roma renacentista, concretamente en un grupo de científicos liderados por Galileo Galilei que decidieron rebelarse contra los dogmas impuestos por la iglesia católica.
Por supuesto, casi todo lo expuesto en esta novela es mera literatura, una fantasía que no tiene más propósito que el de dotar al argumento de mayor interés y entretener al lector. Sin embargo, en contra de lo manifestado por algunos críticos, la teoría que se expone en la obra Ángeles y demonios no es cien por cien inventada, ya que en la Roma renacentista existió una sociedad secreta similar a la descrita en la novela, si bien nada tuvo que ver con los illuminati ni con ciertas conspiraciones posteriores.
En agosto de 1603, en un salón del lujoso palacio Cesi, tuvo lugar una reunión a la que asistieron cuatro de las mentes más preciadas de la época: Federico Cesi, Francesco Stelluti, Johannes van Heeck y Anastasio de Fillis. Los cuatro tenían los mismos ideales y decidieron unir sus fuerzas bautizando a su hermandas con el nombre de Accademia dei Lincei (Academia de los Linces) en honor al animal que, junto con el zorro y el búho, han simbolizado tradicionalmente la virtud de la inteligencia.
El grupo tenía muchas de las características de las sociedades secretas. Incluso elegían nombres en clave de carácter simbólico para los miembros. Sin embargo, fallaron en la cualidad clave que debe poseer un grupo de estas características: la discreción. La existencia de la Academia de los Linces era conocida por la Santa Sede. En principio el papa Clemente VIII dió su beneplácito, considerando que el trabajo de tan doctos individuos no podía traer sino toda suerte de bienes a la humanidad en general y a la cristiandad en particular. Sin embargo, esta opinión debió de cambiar en cuanto se supo la naturaleza de algunos de los trabajos en los que se ocupaba la hermandad y, en 1610, Federico Cesi tuvo que abandonar precipitadamente Roma tras las amenazas de acabar en las mazmorras del Santo Oficio acusado de herejía y de practicar magia negra.
Curiosamente la propia Iglesia refundó la sociedad en 1847 con el nombre de Academia Pontificia de los Nuevos Linces. Obviamente, esta institución carecía del carácter semisecreto y heterodoxo de la original y, en 1944, se convirtió en el germen de la actual Academia Pontificia de las Ciencias.
La Inglaterra de Francis Bacon
Al igual que el resto de Europa. la inglaterra del Renacimiento, marcada por el reinado de Isabel I, no fue exactamente un vergel en el que florecieran la democracia y las libertades. Sin embargo, fue precisamente durante este período cuando Inglaterra vivió una serie de profundas transformaciones que la convertirían en una gran potencia. Son muchos los historiadores que no dudan a la hora de atribuir buena parte del esplendor inglés a la figura de Francis Bacon(1561-1626), filósofo y estadista, uno de los pioneros del pensamiento científico moderno. Bacon aportó ideas para la unión de Inglaterra y Escocia y recomendó medidas para un acercamiento a la Iglesia Católica. Por estos esfuerzos se le concedió el título de sir en 1603. Intervino en la Cámara de los Comunes hasta 1614. En 1616 se convirtió en consejero privado y en 1618 fue designado presidente de la Cámara de los Lores y ennoblecido con el título de barón de Verulam.
Una de sus obras, La nueva Atlántida, tuvo una especial influencia en sociedades secretas como la de los rosacruces, que concibieron el plan de enviar a las posesiones inglesas de América una expedición de miembros muy expertos para establecer y difundir los conocimientos de la orden al estilo de la utópica sociedad de sabios que describió Bacon, que a la sazón era imperator de la Orden Rosacruz de la Orden. El pryecto culminó en 1694, cuando los expedicionarios, en el buque Sarah Maria, bajo el mando del gran maestro Kelpius de la Logia Jacobo Boheme de Europa y otros altos oficiales de la Gran Logia de Heidelberg, llegaron a donde hoy se asienta la ciudad de filadelfia. Posteriormente emigraron hacia el oeste de Pensilvania.
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